jueves, 1 de agosto de 2013

Un buen día

Un buen día, navegando en los lugares más oscuros de la posmodernidad, vi tu imagen. Tus cabellos cubrían gran parte de tu rostro y tus manos sostenían una hermosa guitarra, en el fondo, tonalidades naranjas como el comienzo de un crepúsculo.
En esa imagen, parecía que estaban dibujadas las notas musicales que salían del instrumento, deslizándose suavemente hasta mí. Entonces, me dieron ganas de charlar contigo.
Durante mucho tiempo fuiste una silueta, escondida en ese mar de caras que es la vida. Pero de a poco comencé a ver esa silueta, cada vez más con más claridad. Era casi mágico que a pesar de nunca habernos visto las caras, podíamos hablar con tanta fluidez.
Hasta que otro buen día se dio la chance de verte en acción con tu amada guitarra, y poder mirarte a los ojos. Y a partir de ahí, ya sabía que eras una persona interesante, pero aun no sabía el gran mundo que se ocultaba detrás de esas pupilas oscuras. Ese día no dije casi nada. Pero fue suficiente como para saber que tu alma no cabía en tu pecho.
Continuó el transcurso del tiempo, yo continuaba con mi soledad impuesta. Dulces cuervos picaban mi mente cada noche. Se inundaba mi habitación, con cantidades oceánicas de gotas que antes rodaban sobre mí.
Después de miles de conversaciones, en las que sólo salían letras de nuestros dedos, decidimos convertir en sonidos esas sílabas.
Así pasó aun más tiempo, compartiendo música, poesía, pintura y risas. Pero por sobre todo felicidad. Horas y horas riendo, jugando, soñando, volando y hasta llorando. Anduvimos en bicicletas invisibles, en botes ficticios, en nubes de humo y algodón. En países lejanos, en pasados cercanos y en mentes laberínticas. Transitando este mundo como si nada más importara, más que ser feliz.
Hasta que llegó un encuentro, en el cual me era imposible no dejar que me tomaras de la mano, necesitaba hacerlo. Nuestros rostros estuvieron tan cerca que el contacto de nuestros labios fue inevitable.
De esa manera continuamos con las manos juntas, compartiendo música, pintura, pasadizos secretos, rumbos inciertos y destinos encontrados. Un minuto de esas miles de horas, bastó para que la suavidad de la piel de ambos se llamara a gritos mutuamente.

Antes de ayer te vi, podía ya leer tus ojos como un libro de biblioteca. Decías demasiadas cosas. Pero con la suficiente intensidad como para que lleguen directo a mí como aquellas primeras notas musicales que vi dibujadas alrededor de tu imagen. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario