Un
buen día, navegando en los lugares más oscuros de la posmodernidad, vi tu
imagen. Tus cabellos cubrían gran parte de tu rostro y tus manos sostenían una
hermosa guitarra, en el fondo, tonalidades naranjas como el comienzo de un
crepúsculo.
En
esa imagen, parecía que estaban dibujadas las notas musicales que salían del
instrumento, deslizándose suavemente hasta mí. Entonces, me dieron ganas de
charlar contigo.
Durante
mucho tiempo fuiste una silueta, escondida en ese mar de caras que es la vida.
Pero de a poco comencé a ver esa silueta, cada vez más con más claridad. Era
casi mágico que a pesar de nunca habernos visto las caras, podíamos hablar con
tanta fluidez.
Hasta
que otro buen día se dio la chance de verte en acción con tu amada guitarra, y
poder mirarte a los ojos. Y a partir de ahí, ya sabía que eras una persona
interesante, pero aun no sabía el gran mundo que se ocultaba detrás de esas
pupilas oscuras. Ese día no dije casi nada. Pero fue suficiente como para saber
que tu alma no cabía en tu pecho.
Continuó
el transcurso del tiempo, yo continuaba con mi soledad impuesta. Dulces cuervos
picaban mi mente cada noche. Se inundaba mi habitación, con cantidades oceánicas
de gotas que antes rodaban sobre mí.
Después
de miles de conversaciones, en las que sólo salían letras de nuestros dedos,
decidimos convertir en sonidos esas sílabas.
Así
pasó aun más tiempo, compartiendo música, poesía, pintura y risas. Pero por
sobre todo felicidad. Horas y horas riendo, jugando, soñando, volando y hasta
llorando. Anduvimos en bicicletas invisibles, en botes ficticios, en nubes de
humo y algodón. En países lejanos, en pasados cercanos y en mentes laberínticas.
Transitando este mundo como si nada más importara, más que ser feliz.
Hasta
que llegó un encuentro, en el cual me era imposible no dejar que me tomaras de
la mano, necesitaba hacerlo. Nuestros rostros estuvieron tan cerca que el
contacto de nuestros labios fue inevitable.
De
esa manera continuamos con las manos juntas, compartiendo música, pintura,
pasadizos secretos, rumbos inciertos y destinos encontrados. Un minuto de esas
miles de horas, bastó para que la suavidad de la piel de ambos se llamara a
gritos mutuamente.
Antes
de ayer te vi, podía ya leer tus ojos como un libro de biblioteca. Decías
demasiadas cosas. Pero con la suficiente intensidad como para que lleguen
directo a mí como aquellas primeras notas musicales que vi dibujadas alrededor
de tu imagen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario